Había caído la noche en la tierra de las alucinaciones, había apagádose el firmamento detrás de nubes tormentosas, mientras cada cual buscó refugio para sí, algunos quedaron flotando en el mar de los quebrantos, otros fueron arrastrados por los ríos de la desdicha y los hombres se desconocían entre sí, casi como alimañas, gruñían por lo que no podían tener, por aquellas cosas de otros, porque maldecirán el cielo que les había iluminado antes, lo maldecían porque no conocían la noche, ni la tormenta caer. Todos culpaban a Dios de esto o de aquello, ¿Por qué no estaba Dios, cómo permitía esto, como no escuchaba, cómo? Un anciano al que la gente ignoraba, dijo mientras nadie le oía: "Dónde estábamos nosotros cuando el nos dijo que nos amaramos los unos a los otros, DÓNDE ESTABAMOS CUANDO dejamos caer miserias sobre los demás a cambio de nuestro propio beneficio, dónde cuando ignoramos su creación, las bestias, las aguas, la tierra, el aire?
El amor era una cosa ya inservible, eran las cuestiones animales que prevalecían, se había perdido el fuego y la virtud, se había apagado llama del equilibrio y del entendimiento, cada cual buscó su salvación a costa de lo que fuera y de quien fuera.
Mientras tanto después de haber caminado muchos días lejos de aquel infierno, aquel anciano se posó mirando desde una montaña aquel pueblo maldito, y sabiendo que era posible que no hubiera alguien más que él, elevó su pensamiento y su corazón como una ofrenda, como un incienso, y recordando los tiempos pasados y su soledad se acompañó de la imagen mas increíble de quien todos se habían olvidado, recordó que el fuego vivía dentro de el, que más allá de sus años, de sus fuerzas el poder de todo el universo reposaba en realidad dentro de su corazón.

Su voz gastada exclamó...
Dulce presencia anhelo tu compañía, entre las cuerdas de la soledad y el desentendimiento, entre la arrogancia y el ego, busco tu flama para saber que ahí estas cuando más te necesito, aquella noche de la materia no es comparable con el resplandor de tu imagen cuando brillas en mi corazón, cual reflejo de una estrella, acariciando dulcemente mi lastimado corazón que aunque herido no deja de latir por el amor verdadero, del cual solo tu sabrás manifestar en el tiempo correcto, de aquel fuego perpetuo que necesito yo y los hombres para no olvidar su humanidad."

Mientras caminaba rumbo al horizonte luminoso sus pasos parecían invocar las palabras para no olvidar que somos pasajeros en esta vida, que volamos luego, que la felicidad esta construida de las cosas más simples, que las huellas de nuestra existencia son aquellas cosas que hicimos y dejamos de hacer, son aquellos momentos que muchas veces dejamos pasar porque creíamos que no valían tanto y nunca el tiempo nos alcanzaría.
El fuego aun vive en ti, no dejes que se apague.
Mauricio Rojas Ortega.
El amor era una cosa ya inservible, eran las cuestiones animales que prevalecían, se había perdido el fuego y la virtud, se había apagado llama del equilibrio y del entendimiento, cada cual buscó su salvación a costa de lo que fuera y de quien fuera.
Mientras tanto después de haber caminado muchos días lejos de aquel infierno, aquel anciano se posó mirando desde una montaña aquel pueblo maldito, y sabiendo que era posible que no hubiera alguien más que él, elevó su pensamiento y su corazón como una ofrenda, como un incienso, y recordando los tiempos pasados y su soledad se acompañó de la imagen mas increíble de quien todos se habían olvidado, recordó que el fuego vivía dentro de el, que más allá de sus años, de sus fuerzas el poder de todo el universo reposaba en realidad dentro de su corazón.

Su voz gastada exclamó...
Dulce presencia anhelo tu compañía, entre las cuerdas de la soledad y el desentendimiento, entre la arrogancia y el ego, busco tu flama para saber que ahí estas cuando más te necesito, aquella noche de la materia no es comparable con el resplandor de tu imagen cuando brillas en mi corazón, cual reflejo de una estrella, acariciando dulcemente mi lastimado corazón que aunque herido no deja de latir por el amor verdadero, del cual solo tu sabrás manifestar en el tiempo correcto, de aquel fuego perpetuo que necesito yo y los hombres para no olvidar su humanidad."

Mientras caminaba rumbo al horizonte luminoso sus pasos parecían invocar las palabras para no olvidar que somos pasajeros en esta vida, que volamos luego, que la felicidad esta construida de las cosas más simples, que las huellas de nuestra existencia son aquellas cosas que hicimos y dejamos de hacer, son aquellos momentos que muchas veces dejamos pasar porque creíamos que no valían tanto y nunca el tiempo nos alcanzaría.
El fuego aun vive en ti, no dejes que se apague.
Mauricio Rojas Ortega.